La victoria de las brigadas yihadistas sobre la dictadura de Bashar Al Assad implica una inédita crisis geopolítica que involucra al presidente electo de Estados Unidos, pese a su decisión de mantenerse al margen de la guerra civil en Siria
(Desde Washington, Estados Unidos) A comienzo de 2003, Abu Mohammad al-Jolani se subió a un micro en Damasco, cruzó el desierto y llegó hasta Bagdad (Irak) para enfrentar a las tropas de Estados Unidos que había desplegado George W. Bush. Ocho años después, Al-Jolani regresó a Siria para liderar el Estado Islámico, que intentó establecer un califato fundamentalista en Medio Oriente. Este terrorista islámico, con simpatía por los talibanes de Afganistán y los palestinos de Hamas, derrocó ayer al dictador sirio Bashar Al-Assad.
Al-Jolani irrumpió en Damasco liderando al ejército de Hayat Tahrir al-Sham (“Organización para la Liberación del Levante”, en español), que es apoyado por el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan. Enfrentado con Al-Assad y aliado regional de Irán, Erdogan apoya la agenda de Hamas en Gaza y condena la reacción militar que tuvo Israel después del ataque terrorista del 7 de octubre de 2023.
En mayo de 2018, el Departamento de Estado calificó a Hayat Tahrir al-Sham como Organización Terrorista Extranjera, y ofreció 10 millones de dólares por la cabeza Al-Jolani, que desde entonces intentó convencer a Washington de su alineamiento con Occidente. Trump, que ocupaba la Casa Blanca, nunca le creyó.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Adolfo Hitler abrió dos frentes para vencer a los aliados, y fracasó. Casi cuarenta años más tarde, la Unión Soviética invadió Afganistán cuando su economía caía en picada. Ronald Reagan encontró el flanco abierto y la URSS se transformó en historia.
Ahora, Irán y Rusia cometieron idéntico error estratégico: se involucraron en conflictos simultáneos, y su aparato militar con una economía endeble no soportó el esfuerzo bélico. Teherán retrocedió en El Líbano, y se fue de Siria sin apoyar a Al-Assad, mientras que Vladimir Putin -complicado por la guerra contra Ucrania- optó por abandonar a su aliado histórico en Medio Oriente.
La retirada de Irán y Rusia marcan un cambio de época en el tablero internacional. Los ayatollahs amenazaban con una revolución chiíta en Medio Oriente, a través de Hezbollah, Hamas, la Yihad Islámica y los Huties. Ese proyecto de poder implosionó, y ahora oscilan en abrir una mesa de negociación con Occidente o apostar a la carrera nuclear para detentar una protección atómica.
Putin no puede ejecutar una retirada táctica como ejecuta el ayatollah chiíta Alí Khamenei. El presidente de Rusia tiene abierto el frente con Ucrania, y se aproxima una negociación por un cese del fuego que plantea Donald Trump y resiste Volodimir Zelensky.
Trump considera a Siria una trampa geopolítica. Cree que puede ser su Vietnam o Afganistán, si se consideran las distintas experiencias de Estados Unidos en conflictos que la opinión pública doméstica cree lejanos o inexplicables. En 2019, Trump dijo de Siria: “No estamos hablando de grandes riquezas, estamos hablando de arena y muerte”.
Y ayer en París, antes de su encuentro con Emmanuel Macron y Zelensky, añadió: “Siria es un desastre, pero no es nuestro amigo, y ESTADOS UNIDOS NO DEBERÍA TENER NADA QUE VER CON ELLO. ESTA NO ES NUESTRA LUCHA. DEJEN QUE SE DESARROLLE. ¡NO SE INVOLUCREN!”.
Con la huida de Al-Assad y el control de Damasco que tiene la organización Hayat Tahrir al-Sham, al presidente electo de Estados Unidos no le quedará otra alternativa que jugar en el tablero internacional.
Trump ya estaba al tanto de los acontecimientos por la acción directa de Marco Rubio -futuro secretario de Estado-,Mike Waltz – próximo consejero de Seguridad Nacional- y Massad Boulos, que fue designado enviado especial a Medio Oriente. Pero ahora hay un vacío de poder en Siria que puede actuar como una efecto dominó en toda la región, y afectar de manera directa los intereses de Estados Unidos.
Siria es un rompecabezas. Rusia tiene bases militares que son estratégicas para sus planes en Medio Oriente y África. Turquía controla a las milicias que derrocaron a Al-Assad. Estados Unidos apoya a la guerrilla kurda que enfrenta al presidente turco Erdogan. E Irán se replegó ante la crisis de poder, pero cientos de terroristas de Hezbollah aún están en el terreno.
En este contexto, Israel y ciertos países árabes que son aliados naturales de la Casa Blanca, pueden sufrir consecuencias políticas y sociales inéditas si el caos in crescendo de Siria no encuentra un eje ordenador. Y ese eje sólo podría definirse en Washington, que hoy tiene un presidente ausente y un sucesor que debe revisar sus pasos respecto al rol de Siria en su agenda para Medio Oriente.
Abu Mohammad al-Jolani integró Al Qaeda y fue líder de Isis. Tiene una matriz ideológica que lo acerca a los talibanes y a los terroristas de Hamas. Puede utilizar a Siria como un pivot territorial que le permita avanzar sobre El Líbano, Israel, Arabia Saudita, Bahrein y Jordania.
El líder de la Organización para la Liberación del Levante -Medio Oriente- exhibe capacidad convocatoria de miles de yihadistas que sueñan con un califato religioso. Y puede ocurrir que rompa con Turquía, que tiene relativo poder propio, e iniciar su propia épica fundamentalista.
En 1959, Fidel Castro aseguró que la Revolución Cubana sólo tenía como objetivo terminar con la dictadura de Fulgencio Batista.
“Nuestro objetivo es liberar a Siria de este régimen opresivo”, dijo Al-Jolani, antes de llegar a Damasco.