En el complejo panorama político argentino, resulta casi inevitable encontrarse con nombres y episodios que trascienden la mera discusión local. Uno de estos nombres es el de Zdero, que ha sido objeto de intensas discusiones y análisis, especialmente en un contexto donde las filtraciones sobre el gasto en propaganda oficial han comenzado a dibujar un retrato preocupante. La intención de crear un cerco mediático alrededor de su figura parece no solo una estrategia defensiva ante la falta de gestión, sino también un intento infructuoso de ocultar el entramado de corrupción que ha venido tejiendo.
Recientemente, tres diputados peronistas presentaron ante la Justicia una denuncia alarmante: la falta de rendición de $109 millones destinados al Instituto del Deporte. Este escándalo no es un caso aislado, sino que se inserta en una cadena de irregularidades que han hecho que la ciudadanía cuestione, una vez más, la transparencia de la gestión pública. La crítica hacia Zdero va más allá de los simples errores de administración; se trata de un sistema que, bajo el manto de la casta política, parece inamovible y resistente a la rendición de cuentas.
La comparación entre Marcos Resico y Horacio Rey, hecha por el presentador de Telenueve Denuncia, subraya una percepción alarmante: la casta está viva, paupérrimamente activa, y ello debe ser un llamado a la reflexión. En un país donde el fiscal federal Patricio Sabadini se encuentra en una posición delicada, con «el corazón partío», es fácil imaginar que muchos podrían estar atravesando una situación similar, donde la falta de actuación contundente deja la puerta abierta para la impunidad.
En este sentido, las palabras de Perón resuenan con una inquietante vigencia. Afirmaba que los radicales padecían de una «insuperable imposibilidad de hacer», refiriéndose a su tendencia a hablar sobre los problemas sin ofrecer soluciones concretas. Sin embargo, lo que Perón no pudo prever es que el peronismo, en su propia travesía hacia el poder, terminaría incubando a su vez a charlatanes, atorrantes y quienes, en última instancia, alimentan el mismo sistema que critican. La reflexión se vuelve inevitable: ¿Ser casta es una elección existencial o simplemente un destino del que no se puede escapar?
La recientemente presentada nueva facción dentro del peronismo plantea viejos dilemas. La promesa de un «nuevo sello» insinuaba cambios, pero al final se traduce en la repetición de esquemas desgastados. Buscar cargos y apoyo electoral sin un proyecto concreto para la provincia es una estrategia arcaica que, lejos de avanzar, condena al peronismo a una rutina de fracasos. La falta de un discurso propositivo y la dependencia de un caudal de votos incierto sólo consolidan la casta, sin permitir un verdadero debate sobre el rumbo que debería tomar el movimiento.
La situación actual demanda que los líderes y figuras pertenecientes al peronismo se realicen un profundo ejercicio de autorreflexión. La construcción política no puede limitarse a simple retórica; debe traducirse en proyectos sólidos que realmente atiendan las necesidades de la ciudadanía. Estamos en un contexto donde las problemáticas son evidentes, y el tiempo de hablar ha pasado; la acción es lo que se requiere.
Así, volvemos al punto de partida. Zdero, sus estrategias y el entorno corrupto que parece rodearlo no son incidentes aislados. Representan una continuidad, una tradición de prácticas político-administrativas que nos llevan a cuestionar no solo la eficacia del actual liderazgo, sino también la validez de un modelo que cada vez más, se siente anacrónico. El desafío que enfrenta el peronismo —y, en extensión, la política argentina— es encontrar el equilibrio entre la herencia de líderes históricos y la necesidad crítica de renovarse.
La casta puede estar viva y activa, pero el futuro del peronismo y, por ende, del país depende de la capacidad de sus dirigentes para trascender este legado. La sociedad argentina está cansada de las promesas vacías y de las justificaciones. La urgencia de un cambio verdadero se hace cada vez más evidente, y la espera se convierte en un riesgo inaceptable.
La oportunidad está ahí, y dependerá de la voluntad de quienes están en el poder tomar el camino hacia un cambio sustancial o seguir atrapados en un ciclo de corrupción e ineficacia. Volver a Zdero es, en última instancia, volver a preguntarnos quiénes somos como sociedad y hacia dónde queremos ir.