“¡Se están llevando a Yuliana!”, alertó el primo de la nena a su tía, Nelly Muñoz. Era diciembre de 2016 y los chicos estaban jugando en la puerta de su casa en la ciudad de Bogotá.
En medio del shock y la desesperación, la mujer salió rápidamente a la calle para ver lo que estaba sucediendo. Un hombre se había bajado de una camioneta, había tomado del brazo a su hija y se había escapado.
El cuerpo de Yuliana Andrea Samboní fue encontrado algunas horas después de su secuestro. Estaba en el departamento de la familia de un arquitecto de 38 años, Rafael Uribe Noguera, cuyas características físicas coincidían con las que el primo de la niña asesinada había descrito.
Los detalles de la autopsia conmocionaron a la sociedad colombiana y el caso llegó a tener una gran cobertura mediática en el país y el mundo. Es que la menor había sido torturada, abusada y asfixiada hasta la muerte.
El arquitecto
Rafael Uribe Noguera creció siendo el hijo de uno de los arquitectos más reconocidos de Bogotá, por lo que podía decirse que había nacido en una familia “acomodada”. Fue el segundo de tres hermanos y en la escuela se destacó no por sus buenas notas, sino por su mal comportamiento.
Después de egresarse, Noguera se inició en el servicio militar, estuvo en la Fuerza de Paz del Batallón Colombia en Egipto y, luego de un tiempo, volvió a su país natal. A partir de ese momento, empezó a estudiar arquitectura en la Universidad Javeriana, donde su papá era decano, pero lejos de concentrarse en su carrera, Rafael comenzó a ir a fiestas de manera frecuente y se hizo adicto a las drogas.
En 2003, se recibió de arquitecto, aunque no con buena fama, ya que tuvo algunos problemas por un presunto caso de plagio en la entrega de su tesis de grado.
Unos años más tarde, cuando Rafael vivía en un departamento del edificio Equus 66, ubicado en el barrio Chapinero Alto, se produjo otro episodio que llamó la atención: en una de sus fiestas, que cada vez se hacían más habituales, se metió a la casa de una vecina, le revisó el ropero y se quedó dormido en su living. Más tarde, cuando la mujer llegó a su casa, lo encontró vestido con su ropa. Ella lo denunció y él tuvo que mudarse de ahí, pero la propiedad aún le pertenecía a la familia.
Sin embargo, más allá de su cuestionable conducta, ninguno de sus allegados esperaba que Rafael estuviera involucrado en uno de los casos de abuso y asesinato más estremecedores de Colombia.
El departamento 603
El 4 de diciembre de 2016, era domingo por la mañana y Yuliana Samboní, de siete años, salió a la puerta de su casa en el barrio Bosque Calderón, para jugar con su primo, que era un año más chico que ella. De un momento a otro, un hombre adulto estacionó una lujosa camioneta frente al lugar, se bajó y comenzó a hablar con ella de manera casual.
Luego de unos instantes, él la tomó por la fuerza, la subió al vehículo y abandonó el lugar. El pequeño le avisó a sus tíos lo que había pasado y describió al secuestrador como un “hombre joven y con barba en una camioneta gris”.
Nelly Muñoz, la mamá de Yuliana, salió corriendo a buscar a su hija por las cuadras del barrio y, en cuestión de minutos, todos los vecinos se habían unido a la búsqueda luego de llamar a la Policía y a los medios de comunicación.
El primer paso de los investigadores fue analizar un video de las cámaras de seguridad de la zona, donde se veía una camioneta gris circulando cerca de donde la nena de siete años fue raptada. Rápidamente, la Policía identificó que el vehículo estaba a nombre a Francisco Uribe Noguera, quien afirmó que, en realidad, su hermano Rafael era el verdadero propietario.
Luego de varias horas sin poder ubicar al principal sospechoso, un policía se acercó hasta una clínica de Bogotá luego de que Francisco le dijera que Rafael había tenido una “complicación”. Allí mismo, el hombre le dijo que su hermano había confesado el asesinato de Yuliana y que había dejado su cadáver en el jacuzzi de su departamento en el edificio Equus 66.
Los efectivos llegaron al lugar, subieron hasta el sexto piso e ingresaron al departamento 603. Tras una rápida inspección, los agentes hallaron el cuerpo desnudo de Samboní entre las rejas del jacuzzi y el motor.
Rafael Uribe Noguera fue detenido por las autoridades apenas salió de la clínica y fue trasladado en un megaoperativo de seguridad, debido a una multitud que se acercó hasta el lugar para atacarlo con botellas de vidrio, piedras y todo lo que estaba al alcance de la mano.
Posteriormente, el informe de la autopsia determinó que la menor había sido abusada sexualmente y asfixiada hasta la muerte. Además, se detalló que Yuliana había sido torturada, ya que presentaba signos de mordeduras en los labios y otras partes de su cuerpo.
La condena
En las audiencias del juicio en su contra, Noguera guardó silencio y aceptó los cargos sin oponer resistencia ni declararse inocente. En un primer momento, fue condenado a 52 años de prisión por femicidio, tortura, acceso carnal violento y secuestro, con el agravante de que la víctima era menor de edad.
Pese a ello, la fiscalía y la familia de Yuliana apelaron esa decisión y la pena subió a 58 años de cárcel en 2017. “No solo se arruinó una vida, se devastó una familia desamparada, sino que la sociedad entera se vio afectada y estremecida en su ser. Se trata de hechos que por su gravedad y modalidad nunca deberían suceder, pero suceden, y entonces hay que sancionar con todo el rigor de la ley”, expresó el juez Jairo José Agudelo Parra en la lectura del fallo.
A partir de ese momento, Rafael Uribe Noguera fue trasladado a la cárcel de La Tramacúa, de Valledupar, y asignado a un pabellón por donde pasaron los criminales más macabros del país, como Alfredo “La Bestia” Garavito.